martes, 27 de octubre de 2009

UN RELATO

EL RETRATO DE DON AVELINO

Abrió el portón ajustando sus fuerzas al peso que aparentaba tener aquel umbral de hierro forjado, pintado del color de las praderas que paradójicamente escaseaban en este lugar tan seco y desértico.
Llegó como el que llega a un bar abandonado en el lateral de una carretera, asustadizo y sin saber que pedir, con la certeza de no encontrar lo que busca. Mucho tiempo ausente, ausente en los recuerdos. Había perdido la conexión con su presente, pero ahí estaba, dispuesto a enfrentarse a su último reto, a su último destino.
Regresó envuelto en una sombra perdida, más viejo y más cansado. La ciudad le trató con desprecio, con soberbia, y en su cuerpo se dejaba notar el trasiego, la humillación del transeúnte acobardado ante el ruido, la contaminación, el peregrinaje de sus congéneres atrapados en el subsuelo de un vagón de tren.
Pero allí estaba él, con su abrigo nuevo y su sombrero aterciopelado, taciturno, vagando por las estrechas y sinuosas callejuelas del cementerio. Sus pasos, dirigidos por el misterioso deambular de los ausentes, le condujeron firme y erguido hacía su tumba. En el reflejo del cristal de uno de los panteones vio su figura enjuta, y un mechón de pelo canoso que sobresalía de su preciado sombrero no le dejó la menor duda: había envejecido.
Se resignó y pensó que volvía a una existencia apátrida, a un lugar perdido en la memoria donde el lujo y los bienes conseguidos no tienen sentido, donde el valor de lo material no se puede canjear. La repentina lluvia y el inesperado viento le despojaron de sus miserias, apareciendo en el reflejo del cristal la estampa entreverada de su propio espectro. Miró a su alrededor con tristeza y recordó el tiempo pasado. No encontró respuesta a su existencia, ni un ápice de placer en lo vivido. Estaba solo. Solo ante su tumba, aferrándose a ella. Solo ante la polvorienta y sucia tumba. Sacó un pañuelo bordado con sus iniciales y con mimo y delicadeza lo frotó sobre una agrietada fotografía, aquel retrato que dejó paradas las horas. Ensimismado en sus quehaceres no dudó en hacer un giro de improviso ante el crujir de la hojarasca que el caprichoso viento acumuló en sus pies y se quedó atónito frente a la marmórea palidez de aquel rostro que, sin saber de dónde había salido, tenía tras él, y que no dejaba de mirarlo fijamente. Enseguida cayó en la cuenta de la visita; era el carcelero de las ánimas, el enterrador, que se había quedado petrificado mirando de soslayo la tumba y a don Avelino, que seguía frotando con su pañuelo bordado la vieja fotografía.
La voz ronca y entrecortada del enterrador se dirigió a él con un ligero silbido tembloroso en los labios, y le saludó, esbozando una sonrisa incrédula –Buenos días, don Avelino. Sin dejar de mirar la fotografía le señaló con su dedo índice, tartamudeando -es usted, usted es el que esta ahí enterrado- y tuvo que apoyarse ante la fragilidad de sus piernas: era el fantasma de don Avelino, la reencarnación de su alma, el cuerpo presente de su ánima, la visita del más allá... Y así continuó el pobre enterrador intentando desentrañar el misterio.
Don Avelino no pudo reprimirse, y cortó de golpe la verborrea del enterrador con una brutal y escandalosa carcajada ante la mirada desconcertada del jovencísimo sepulturero.
-Llevas poco tiempo en este oficio, posiblemente lo has heredado de tu padre, el cojo, y tu imaginación es propensa a lucubraciones sacadas de alguna mala película o de algún programa de medianoche con psicofonías y almas que están en el limbo y no encuentran la paz después de la muerte. - Mal oficio has elegido, jovenzuelo. El enterrador escuchaba desconfiado y se distanciaba ligeramente de lo que todavía consideraba un alma perdida.
-Entonces, el retrato ¿de quién es? ¿ es quizá su hermano gemelo, o su padre del que tiene los mismos rasgos físicos?-interrogó el joven.
-Me marché del pueblo hace mucho tiempo sin intención de volver. No tengo familia ni descendencia. Estoy tan sólo como tú entre las tumbas y las flores marchitas. Y, Cuando yo muera, ¿quién me acompañara en este definitivo camino? ¿quién velará mi cuerpo, quién guardará mis recuerdos y llorará mi ausencia?. Cuando muera este hombre para todos extraño, ¿de dónde vendrán las manos que limpien este nicho?, ¿quién se encargará de poner flores frescas? Nadie. Porque no habrá nadie que sienta mi ausencia, estoy solo. Y sabiendo que el camino se estrecha y que el tiempo me ha de poner en el otro lado, que suena la danza de lo inevitable, he vuelto solo como me fui, para comprobar que sigue estando ahí lo que hace muchos años dejé, el último recuerdo de lo que soy : mi fotografía.
Y siguió, con su pañuelo bordado y una tenue sonrisa, sacando brillo a aquel misterioso retrato en sepia.

4 comentarios:

Francisco Álvarez dijo...

Ya llegó una gota, se llama "Cordillerana", que te guste.
Yo también sueño y lucho por hacer un Poemario, Pero en chile es muy dificil.Así que creo que seguiré algun tiempo en el camino de los poetas Anónimos.Espero que te vaya muy bien en ese Poemario.Desde Chile vaya todo mi apoyo colega.

Saludos.

Saray dijo...

Muchas gracias por tus palabras.
Espero que puedas cumplir ese sueño del poemario.
Te recomiendo una página donde puedes "auoto-editar" tu libro. Es muy sencillo y económico.
Es: www.bubok.com
De veras te lo recomiendo da muy buenos resultados.
Espero que te sirva de ayuda y mucha suerte!!!!
Quizá todos los proyectos anteriores hayan fracasado, pero recuerda que del pasado sólo debemos recordar las certezas aprendidas, que el futuro vendrá cargado de felicidad.

Un gran saludo y suerte :)

Saray Alonso Sierra.

Marta dijo...

Felipe
amigo, te echaba de menos, gracias por tus palabras.
Deseo que estés bien.
No calles tus palabras.
petonets.

Saray dijo...

Me alegro un montón por lo del libro, de veras que sí :)

Espero que todo salga, bien, seguro que así será.

Suerte y gracias por tus palabras :)